domingo, 10 de febrero de 2013

Cuento surrealista: El domador solitario



Todavía hay poca niebla sobre la ciudad. Se asoma levitando sobre un cielo en donde empieza a titilar la estrella del norte.  La dueña de una tienda de muebles observa cómo cambia la luz celestial: se va degradando de azul a violeta, de morado a naranja, hasta quedarse en un difuminado horizonte pastel. 

Aún hay varios clientes rondando entre cómodas y mesas de comedor, le apetecería estar sola y acariciar el firmamento para... pero se acaba su escena.

   Fundido a negro y se ve un gorrión revoloteando de un árbol a otro, de la plaza a la calle comercial y al caer la tarde se detiene frente a diversos escaparates hasta llegar al establecimiento de la mujer anterior. Los ojos del pájaro se quedan fijos en ella, una joven con cuerpo de bailarina de ballet y una sonrisa que produce cosquillas.

Según los deseos de los dioses hay un domador que maneja al avecilla y tiene varias habilidades, como detener el tiempo.  Este gorrión es en realidad un joven atrapado por haber desobedecido a las deidades, aunque es feliz siendo un pajarillo de acolchadas plumas, picoteando lo que quiere y viajando por la ciudad bulliciosa y de edificios de mármol. 

Ambos, hombre y animal duermen en la misma casa de cristal, aunque descansan en diferentes habitaciones. El poder del domador es inmenso, puede provocar que se haga de día o de noche o que aparezcan y desaparezcan personas y animales a su merced.

La cámara enfoca otro ángulo y comienza el espectáculo: ¡acción!: a primera hora de la mañana ha entrado en su cuarto desordenado un personaje de elevada estatura; aparentemente llena de importantes viandas coloridas lleva una gran maleta.  Viene con paso precipitado. Es un pensador, se sabe por sus enormes gafas de gruesos cristales y ese pelo despeinado que le cae sobre un ojo. 

No se ha vuelto a ver a la refinada dueña de la tienda, en su lugar aparece una criatura mitológica: un unicornio plateado. Cada vez tiene menos sentido este guión para una película comercial, poca violencia, faltan diálogos y hay demasiada ensoñación buñuelesca.                                                                                                              

Tengo sueño, el café ya no me hace efecto pero debo terminar esta absurda crónica para mañana o mi jefe se va a enfadar.  Continúo, un poco más de improvisación…




-¡Último aviso! – anuncia el domador. ¡Pobre loco!, cree que su maqueta y las miniaturas a las que ha pintado y dado formas diversas son reales. Ni el pensador, ni el gorrión, mucho menos la graciosa dueña de la tienda son reales y cómo va a rondar por allá un unicornio.

Entre esta jauría de elementos, el domador sigue soñando que es un enviado por esos dioses clásicos que castigaban o premiaban a los hombres. Mueve las figuras que hay a su alrededor, gesticula con ellas y más que conversar, murmuran entre ellas.

La soledad es atroz, jubilarse es como caer en el abismo de la inutilidad, socialmente uno se convierte en un ser invisible, acostumbrado a los aplausos, al ir y venir de bellas acróbatas, a domar elefantes; ahora sólo le quedan recuerdos y un armario lleno de trajes rojos con botones dorados, raídos y sucios. 

Su imaginación infinita le hace sentir vivo, dueño de un mundo irreal pero con esa sensación de control que siempre acunó. 

De pronto el unicornio brillante, con un signo condescendiente de su cabeza, le indica su lugar en el mostrador de cristal. El domador como cada tarde regresa a su vida de muñeco, su mente se nubla de nuevo y  la atractiva dueña ha puesto el cartel de "Cerrado".

Parecía un guión para una película de ficción, sin embargo está resultando surrealista y melancólico. Bueno, es un boceto pero creo que puede ser el principio de una larga historia.

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