martes, 22 de enero de 2013

Cuando el sol amaneció en sus cuerpos


Valle del Loira de 1969, una jovencita veraneaba con sus padres en una casona de piedra blanca, llena de exuberantes enredaderas y grietas, con una piscina de agua helada y rodeada por unos frondosos viñedos de Sauvignon Blanc.

Cynthia era una afortunada lolita, destacaba por unas piernas exageradamente largas y unos cabellos rubios y enmarañados que ocultaban sus ojos de profunda mirada violácea. Además era excesiva: excesiva en pasión, en silencios, en mal humor y siempre acababa envuelta en remolinos de pensamientos egocéntricos.

Al cumplir los despreocupados diecisiete años se prometió a sí misma que no esperaría más para conocer lo que reflejaba la novela Bonjour Tristesse de su admirada Françoise Sagan. Había ido devorando sus páginas durante ese pegajoso verano desde que llegaron de la capital, París, un lugar que no le dejaba respirar ni explorar su plenitud sexual por el qué dirán.

La tarde del 21 de julio Cynthia, libre de la soga paternal, -sus padres se habían ido a una boda-, pasaba las horas tomando el sol en la piscina y deambulando por todos los rincones del jardín; sin saber que esa misma noche, Neil Armstrong alcanzaría la luna por primera vez en la historia, mientras ella realizaría otra hazaña...

Puso el tocadiscos a un volumen chirriante y estuvo probándose vestidos de su madre y bailando como una odalisca al ritmo de la canción Time of the Season de The Zombies alrededor de la piscina y por el porche cubierto de telarañas, de ramas enroscadas de parra y ropa tirada. No sólo danzaba entre racimos de uvas abandonados sino que se dejaba llevar por sus pulsiones más salvajes e iba despertando de su anestesiada vida.

Por un instante paró de dar vueltas y empezó a notar que alguien la observaba. Anochecía, el cielo se teñía de añil y ya no hacía un calor sofocante. Pablo se presentó al final de la tarde, ella bebía de la jarra de limonada con algunas hojas de menta y bastante vino blanco, se giró y le ofreció un vaso, él se ruborizó, se miraron con voracidad intentando leer sus mentes.
Pablo: 19 años aunque aparentaba menos, el hijo de los vecinos, ojos almendrados con los que sonreía y desvelaba su timidez; le agradeció la limonada, a la vez que se excusaba por haberla espiado, no pudo evitar acercarse a su casa al escuchar la música tan alta. Recién llegado también de la ciudad, había ido para la recogida de la uva, con lo que  se sacaba un dinero extra y así iba ahorrando para viajar a Indochina, su sueño ser fotógrafo.

Cynthia descalza, llevaba un vestido semitransparente de lino blanco y uno de los tirantes del vestido se posaba ingrávido por debajo de uno de sus hombros. Pablo le preguntó -¿cuál es la ilusión de tu vida, si tuvieras una lámpara de deseos, qué pedirías?- y ella empezó a relatar sus anhelos más secretos sin darse cuenta de que él no la escuchaba, se deleitaba fotografiando cada parte de su cuerpo sin importarle el monólogo, ella destilaba lujuria adormilada y quedó atrapado en su dulce red virginal.

Quería bebérsela entera como esa jarra de limonada cada vez más vacía y reluciente. El destino quiso arropar aquel encuentro carnal e inesperado. La música había dejado de sonar. Él bebió del vaso de ella, se contoneaban, se reían y ruborizaban sabiendo lo que iba a suceder en un instante, ella bebió del vaso que ahora poseía él.

Al ver por el suelo los racimos de uvas, Pablo los cogió y los posó sobre los labios de Cynthia, ella puso la boca de piñón y él la beso con dulzura y fiereza. Cynthia olía a membrillo, miel y lavanda, Pablo emanaba una fragancia  que le provocaba gozar frente a unos espesos viñedos, la noche había caído del todo.

Aprisionados en la penumbra, él empezó a buscar a tientas sus sensuales senos rosáceos, los absorbió con delicadeza, mordisqueaba aturullado todos los jugosos frutos del cuerpo de ella. Embriagado y atrapado en el cuerpo de ella, lamía su piel primero de pie y después cayeron el uno sobre el otro, en el borde de la piscina sobre sus prendas desordenadas.

Cynthia se enroscó como una rama de vid sobre el cuerpo de Pablo, sabía que no era amor pero quiso jugar con el placer. El cuarto creciente iluminaba la escena cual faro en la lejanía: sumergidos en un oleaje de éxtasis estrenado, jadeaban, exhalaban y en un traqueteo sin fin se fueron desenredando.
Exhaustos tras el encuentro tempestuoso, en el aire aún retumbaba el balanceo de caderas empapadas mientras a esa misma hora Neil Armstrong alunizaba y clavaba la bandera estadounidense en la región del Mar de la Tranquilidad de la luna.

No podía dormir, aturdida y con una sensación de un vacío desconocido, le recitó al oído: Tu es la vague, moi l´île  (Tú eres la ola, yo la isla desnuda) -aquel verso de su canción preferida "Je t'aime... moi non plus"-. Pablo la abrazó con ímpetu. Las pulsiones más primitivas, a esa edad, suelen ser abrasadoras y confundir como la marea del océano.

                                                                         - FIN -

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