sábado, 12 de enero de 2013

Una artista que pintaba desde las entrañas


Frida Kahlo pintora e icono de principios del siglo XX, casi más famosa que su marido Diego Rivera, a quien amó y odió tanto como a su cuerpo. Vivió marcada por sus propias heridas físicas, sobrevivió gracias a su obra pictórica desgarradora y colorista y murió después de tres abortos naturales que la minaron.
"La pintura completa mi vida"
Fruto del matrimonio entre un fotógrafo de origen judío-húngaro y de una indígena-católica, siempre fue una niña muy despierta y aventajada en el colegio, quizás porque así compensaba esa pequeña cojera que le quedó de una poliomelitis.
En plena adolescencia se enamora de Alejandro, un amigo de su grupo creativo del instituto “Los Cachuchas”. Durante una tarde romántica tienen un accidente de autobús en el centro de México D.F. y su columna quedaría destrozada.


Magdalena Carmen Frieda Kalho Calderón nació y murió en la “Casa Azul”, hoy convertida en museo.  Presa de su propia cárcel corporal, nunca dejó de devorar la vida y sus cuadros son el espejo de su indómita alma.

Como Apollinaire señalaba en su Manifiesto cubista “hay hombres que viven en el placer, otros en el dolor y otros sólo tienen la vida”, a Frida le dio tiempo a vivir con intensidad, a ser la más fiel a su dolor y a crear personalísimos óleos que la encumbraron a lo que aún es hoy.
Rota por dentro                                                                                                                             
Cuando Frida sufre el accidente de autobús que le destroza la columna y la vida, su familia se hunde con ella, salvo Matita, la hermana mayor, quien estuvo a su lado día y noche. Desde ese momento el dolor sería su leal recordatorio de una fragilidad y una sensibilidad tan amarga como fructífera para desarrollar su creatividad.

" Yo no estoy enferma, estoy rota"


Envuelta en su corsé de yeso –en el cual solía dibujar también- y anclada a largas convalecencias, fue durante una de ellas que empezó a pintar copiando su rostro de un espejo montado en el dosel de la cama. 

A Kahlo le gustaba leer a Proust, Oscar Wilde, Nietzsche y mucha poesía, fue autodidacta y dibujaba retratos de amigos y familiares, también algunas naturalezas muertas con los tubos de óleo que le regala su padre, aunque después sólo haría lienzos con su propia imagen, obsesionada por su cuerpo.
Estuvo postrada en la cama durante mucho tiempo y todos los episodios de su vida continuarían presididos por hospitales y más de treinta operaciones. El hecho de vivir entre la silla de ruedas y la cama le llevó a inventarse un personaje, al que cuidó casi hasta el final de sus días. Le divertía vestirse como las mujeres mexicanas indígenas, dejó de depilarse las cejas y el bigote, esa fue su marca de identidad, imitada e idolatrada tras su muerte.
En 1928 nace de nuevo al conocer a Diego Rivera, su “gran amor” (veinte años mayor que ella), uno de los muralistas mexicanos más reconocidos de esa época. Se casan dos veces y viven una demoledora historia de amor y desamor, llena de: celos, rupturas (estuvieron divorciados un año, una época de gran creatividad, justo cuando pinta el cuadro de “Las dos Fridas”), reconciliaciones y amantes por parte de ambos, tanto del elefante como de la paloma.
Se necesitaban mutuamente y se perdonaban las infidelidades, incluso la de su hermana pequeña Cristina con su “Diego-universo”. 
A los pocos años de estar casados, ella sufre uno de sus primeros abortos, la gran herida de su alma, y una más de la larga lista de operaciones que padeció. Entonces se rompe por dentro y su vida tomaría otro rumbo aniquilador: nunca podría tener hijos.                                                                        

 "Amurallar el propio sufrimiento es arriesgarte a que te devore desde el interior"
  

Una artista que pintaba desde las entrañas
Sangre, cicatrices, raíces, soledad, medicinas, camas de hospitales, corazones, venas, bebés, clavos, dolor, flores, frutas tropicales, animales exóticos, paisajes simbólicos; amor y odio, el sufrimiento por no poder ser madre o ella misma duplicada con sus vestidos del folclor precolombino, quedaban escenografiados en sus óleos de vivos colores. 

                             "Intenté ahogar mis dolores pero ellos aprendieron a nadar"

Fue una mujer vanguardista, comunista y profesora de la Escuela de Artes Plásticas de México D.F., ciudad donde participó en la Exposición Internacional de Surrealismo. Pudo viajar a París y a Nueva York, donde organiza su primera exposición individual en la Julien Levy Gallery.

Diego Rivera calificó su pintura como “[...] adorable como una bella sonrisa y profunda y cruel como la amargura de la vida“. 

Frida pintaba muchos autorretratos porque pasaba mucho tiempo sola. Se apoyaba en el folclor tradicional mexicano, en imágenes brutalmente realistas de su cuerpo roto. Las imágenes de árboles genealógicos, la inmigración, las torturas de la Inquisición y las cámaras de gas nazis también se multiplicaban en su obra artística.

Fue un icono para los surrealistas mientras ella se limitaba a decir que sus óleos  sólo “habían nacido del interior de su dolor”. Un año antes de morir, sus amigos le rindieron un homenaje, haciendo una retrospectiva en la galería mexicana Lola Álvarez, poco después le amputarían esa pierna que desde niña le había producido tantos problemas. 

”No tengo miedo de la muerte, pero quiero vivir. El dolor eso no, no lo soporto” 

Más allá de la pintura
Excesiva a pesar de estar llena de cicatrices, solía jugar con su sexualidad disfrazándose de chico, llegando a ser un imán tanto con hombres como con mujeres. Amiga de grandes personajes políticos y artistas de su tiempo, como André Breton, Marcel Duhamps o de Tina Modotti -amante de Trostki-, también conoció a María Félix y a Georgia O´Keefe.

Vivió apasionadamente, se aficionó a las drogas, fue dipsómana y sufrió por fuera y por dentro, pero sobre todo amó a  Diego  “el gordo".

El torrente de emociones que bullía a borbotones en su interior fue el leitmotiv de su obra, una colección de las escenas más trágicas de su diario personal.

“Espero que la salida sea afortunada y espero no volver jamás”, de este modo decía adiós a la vida en el México de 1954 una de las pintoras mexicanas más icónicas del pasado siglo XX, dejando su inmenso testimonio vital en unos cuadros oníricos, descarnados y viscerales.


En la actualidad se pueden ver sus obras en el Museo de Arte Contemporáneo de Nueva York y en el Georges Pompidou de París.

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