Todavía hay poca niebla
sobre la ciudad. Se asoma levitando sobre un cielo en donde empieza a titilar la estrella del norte. La dueña de una tienda de muebles observa cómo cambia la luz celestial: se va degradando de azul a
violeta, de morado a naranja, hasta quedarse en un difuminado horizonte pastel.
Aún hay varios
clientes rondando entre cómodas y mesas de comedor, le apetecería estar sola y
acariciar el firmamento para... pero se acaba su escena.
Fundido a negro y se ve un gorrión revoloteando de un árbol a otro, de la plaza a la calle comercial y al caer la tarde se detiene frente a diversos escaparates hasta llegar al establecimiento de la mujer anterior. Los ojos del pájaro se quedan fijos en ella, una joven con
cuerpo de bailarina de ballet y una sonrisa que produce cosquillas.
Según los deseos de los dioses
hay un domador que maneja al avecilla y tiene varias habilidades, como detener el tiempo. Este gorrión
es en realidad un joven atrapado por haber desobedecido a las deidades, aunque es feliz siendo un pajarillo de acolchadas plumas, picoteando lo que quiere y viajando por la ciudad bulliciosa y de edificios de mármol.
Ambos, hombre y animal duermen en la misma casa de cristal, aunque descansan en diferentes habitaciones. El poder del domador es inmenso, puede provocar que se haga de día o de noche o que aparezcan y desaparezcan personas y animales a su merced.
Ambos, hombre y animal duermen en la misma casa de cristal, aunque descansan en diferentes habitaciones. El poder del domador es inmenso, puede provocar que se haga de día o de noche o que aparezcan y desaparezcan personas y animales a su merced.
La cámara enfoca otro ángulo y comienza el espectáculo: ¡acción!: a primera hora de la mañana ha entrado en su cuarto desordenado un personaje
de elevada estatura; aparentemente llena de importantes viandas coloridas lleva una gran maleta. Viene con paso precipitado. Es un pensador, se sabe por sus enormes gafas de
gruesos cristales y ese pelo despeinado que le cae sobre un ojo.
No se ha vuelto a ver a la refinada dueña de la tienda, en su
lugar aparece una criatura mitológica: un unicornio plateado. Cada vez tiene menos sentido este guión
para una película comercial, poca violencia, faltan diálogos y hay demasiada ensoñación buñuelesca.
Tengo sueño, el café ya no me hace efecto pero debo terminar esta absurda crónica para mañana o mi jefe se va a enfadar. Continúo, un poco más de improvisación…
Tengo sueño, el café ya no me hace efecto pero debo terminar esta absurda crónica para mañana o mi jefe se va a enfadar. Continúo, un poco más de improvisación…
-¡Último aviso! – anuncia el
domador. ¡Pobre loco!, cree que su maqueta y las miniaturas a las que ha
pintado y dado formas diversas son reales. Ni el pensador, ni el gorrión, mucho
menos la graciosa dueña de la tienda son reales y cómo va a rondar por allá un unicornio.
Entre esta jauría de elementos,
el domador sigue soñando que es un enviado por esos dioses clásicos que
castigaban o premiaban a los hombres. Mueve las figuras que hay a su alrededor, gesticula con ellas y más que conversar, murmuran entre ellas.
La soledad es atroz, jubilarse es
como caer en el abismo de la inutilidad, socialmente uno se convierte en un ser
invisible, acostumbrado a los aplausos, al ir y venir de bellas acróbatas, a
domar elefantes; ahora sólo le quedan recuerdos y un armario lleno de trajes rojos
con botones dorados, raídos y sucios.
Su imaginación infinita le hace sentir vivo, dueño de un mundo irreal pero con esa sensación de control que
siempre acunó.
De pronto el unicornio brillante, con un signo condescendiente
de su cabeza, le indica su lugar en el mostrador de cristal. El domador como
cada tarde regresa a su vida de muñeco, su mente se nubla de nuevo y la atractiva dueña ha puesto el cartel de "Cerrado".
Parecía un guión para una
película de ficción, sin embargo está resultando surrealista y melancólico.
Bueno, es un boceto pero creo que puede ser el principio de una larga
historia.
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